ERES EL BIEN AMADO ¿LO RECUERDAS?
Qué
complejo es dar voz a todo lo que siento. A veces pienso que no soy de este
mundo, jajaja…, sin embargo, cada día tomo más consciencia de que todo cuanto
vivo representa lo que escondo en mi interior. Este mundo es como una flor, que
puede gustar o no, pero es obra mía, tuya, de todos, porque absolutamente todos
formamos una misma mente o conciencia. Esto sí es maravilloso porque de algún
modo lo simplifica todo y me devuelve la cordura al sentir que ya estoy en mi
hogar. ¡Gracias mundo!
Cada
mañana me despierto a eso de las cuatro de la madrugada para emprender un nuevo
descubrimiento. En sí no aprendo nada, pues mi propósito está en todo lo
contrario, soltar ataduras, incomprensión, humo en mi mente que me permita
recordar quién soy.
No
es fácil adentrarse en las catacumbas de la inconsciencia, no lo es. Pero mi
intuición me dice que es el camino que me devolverá la cordura. Y ahí estoy yo,
casi en penumbras con papel y bolígrafo para ir tomando consciencia por escrito
de todo lo que surja. ¡Qué doloroso es! Mi alma se resiste a soltar su sufrimiento,
está muy herida y no entiende cómo es posible continuar en un mundo que no le
da la felicidad, pues vidas tras vidas y después de haber experimentado de todo:
riqueza y pobreza, tiranía y esclavitud,
poder y sumisión, realización y frustración, salud y enfermedad, juventud y
vejez… aún no ha tomado consciencia del auténtico significado de la palabra
Dios. Mi alma me dice: ¡Llevo tanto
tiempo viviendo en este mundo y aún no lo he encontrado!.
En
un momento de lucidez me dio cuenta de que mi alma está completamente apegada a
las memorias del pasado y a los deseos del futuro. Como Manuel me digo: ¿pero dónde estás buscando? ¿Quién soy
realmente, donde está Dios?
Y
desde el corazón se abre todo un espectáculo, pues vuelvo a ser niño, me
observo repleto de alegría y felicidad, hago cuanto quiero y disfruto al máximo
de ese escenario. Lo que recibo con lágrimas es pura libertad pues me hallo en
el centro del Universo, ese espacio de pura abundancia y de toda posibilidad,
de algún modo, representaba a Dios. No hay forma, no es nadie ni nada, y a la
vez puede serlo todo. Mi niño se siente pleno, arropado y escucho como emerge
del corazón estas palabras: ¡Yo soy el
hijo de Dios, el bien amado!
Comprendí
que nuestra esencia es como un niño en su estado más puro e inocente, libre y
amado. Comprendí que esta es la semilla crística o búdica de consciencia de la
que tantos sabios y maestros nos han ido transmitiendo a lo largo de la
historia de la humanidad. Comprendí que no hay ni tan solo un instante de vida
donde esa inteligencia que podemos llamar Dios, Vida o Ser no esté ahí, pues
somos su expresión de amor, libre y con el poder de crearlo todo y a la vez
experimentarlo desde adentro. Comprendí que jamás estuve solo y que todo sufrimiento
era fruto de dar mi energía a lo falso, a la inconsciencia de creerme estar
separado de mi padre, de mi madre, de mi fuente. Comprendí que Dios no juzga ni
opina, pues es un potencial de posibilidad para crear mundos, y es así porque
su expresión es Amor, ya que no pone condición. Comprendí que lo he complicado
mucho, que creí saber vivir, y lo que hacía era envejecer por taponar la chispa
de vida que fluye en el eterno presente. Comprendí que todo lo que creo ser era
pura mentira. Comprendí que no tengo que amar absolutamente nada, pues todo lo
que existe sucede porque ya es amado.
Ya
estoy en mi hogar y el propósito de mi existencia no es otro que reconocerlo.
¿Para qué o por qué? No lo sé, simplemente sé que cuando siento en mi corazón
esos atisbos de recuerdo rezuma amor puro e incondicional por cada poro de todo
lo que soy. Lo único que me queda es compartirlo.
(Lo
que da de sí las cuatro de la madrugada, jajaja…)
Continuamos…
Manuel.
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